MI OPINÓN DE LA SEMANA
PROGRAMAS DE APOYO PARA LA DESCARBBONIZACIÓN DE LAS INDUSTRIAS EN EL MUNDO
Durante décadas, el progreso industrial fue asociado a grandes chimeneas, humo constante y cielos grises. Ese modelo, que alguna vez simbolizó desarrollo, hoy es uno de los principales responsables del calentamiento global. El mundo ha cambiado, y la industria también está siendo llamada a transformarse.
En este contexto surgen los programas de apoyo para la descarbonización de las industrias, impulsados por gobiernos, organismos internacionales y bancos de desarrollo. Su objetivo es claro: ayudar a las industrias existentes a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) sin paralizar la producción ni afectar el empleo.
Estos programas no buscan cerrar fábricas, sino modernizarlas. Apoyan inversiones en eficiencia energética, uso de energías renovables, electrificación de procesos, recuperación de calor y tecnologías limpias. Es decir, producir lo mismo o más, pero con menor impacto ambiental.
Europa, Estados Unidos y varias economías asiáticas ya avanzan con incentivos económicos, financiamiento verde y políticas claras.
En América Latina, aunque el camino es más lento, también se empieza a entender que descarbonizar no es un lujo, sino una oportunidad: para reducir costos, ser más competitivos y cumplir compromisos climáticos internacionales.
Desde mi punto de vista, estos programas representan un cambio de mentalidad fundamental. El desarrollo ya no puede medirse solo en toneladas producidas, sino también en emisiones evitadas, energía ahorrada y aire limpio para las futuras generaciones.
El humo de las chimeneas no debería ser el símbolo del progreso del siglo XXI. El verdadero avance está en industrias eficientes, limpias y responsables con el planeta. Ese es el camino que el mundo ha comenzado a recorrer, y no hay vuelta atrás.
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Dos días después del cierre oficial del encuentro, la edición 29 de la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático (COP29) concluyó con un acuerdo para el financiamiento climático desde los países desarrollados hacia los países en desarrollo. El domingo 24 de noviembre, a la madrugada de Bakú, capital de Azerbaiyán, la Presidencia de la COP29 anunció que se estableció un objetivo de 300 mil millones de dólares anuales hasta el 2035.
Aunque el monto triplica la cifra acordada en 2009 y alcanzada por primera vez en 2022, está bastante lejos de lo que los países en desarrollo exigían para mitigar y adaptarse al cambio climático y adoptar energías limpias: 1.3 billones de dólares anuales.
“La propuesta de financiamiento no resuelve ni la crisis climática ni las necesidades de los países vulnerables”, dice Daniel Ortega, ex ministro de Ambiente de Ecuador. Reportes de expertos independientes y del Comité Permanente de Finanzas de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) están de acuerdo en que el financiamiento debe exceder un billón de dólares.
“Muchos decían que lo mejor era no tener nada, pero yo difiero”, afirma Sandra Guzmán, fundadora del Grupo de Financiamiento Climático para Latinoamérica y el Caribe (GFLAC), quien participó en las negociaciones como asesora de la delegación de Panamá y de la Asociación Independiente de América Latina y el Caribe (AILAC). La experta cree que, por un lado, traspasar esta decisión a la COP30 de Brasil “habría sido muy lamentable desde el punto de vista político”.
